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09/12/2025
La resurrección silenciosa de 1961
en la cámara hiperbárica de Ámsterdam
Jeremy Trizzulla, DeltaO2, Especialista en Oxigenación Hiperbárica
Todos los derechos reservados , Copyright © 2017DeltaO2
La historia de la oxigenación hiperbárica suele explicarse como si hubiese nacido de manera súbita, producto de una tecnología moderna. Pero cuando uno observa con atención, descubre algo mucho más fascinante: la HBO es un río continuo que atraviesa tres épocas, cada una aportando una pieza esencial al conocimiento que hoy tenemos.
El puente histórico que faltaba
En este blog ya hemos recorrido dos extremos de ese río.
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En un artículo, hablamos del Domicilium, aquella cámara rudimentaria del siglo XVII donde Henshaw intuía que "el aire comprimido podía cambiar la fisiología humana".
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En otro, exploramos el Centro Sagol, donde la ciencia contemporánea ha descrito con precisión molecular cómo la hiperoxia intermitente activa rutas regenerativas en el cerebro, los vasos sanguíneos, la piel y otros tejidos.
Entre ambos mundos —el filosófico y el molecular— faltaba todavía un puente histórico, un momento en que la intuición se convierte en práctica clínica real.
Ese puente existe, y nos transporta a un quirófano de Ámsterdam a comienzos de los años 60, en uno de los lugares más importantes y menos conocidos de la historia de la medicina moderna: el Wilhelmina Gasthuis.
Los pioneros de Ámsterdam
Fue allí donde se desarrollaron algunas de las primeras cámaras hiperbáricas utilizadas con intención terapéutica directa. Allí también trabajaba un grupo de pioneros, liderados por el cirujano Ite Boerema, que se atrevió a desafiar la fisiología clásica con experimentos que hoy parecen casi imposibles: desde operar dentro de cámaras presurizadas hasta demostrar que, a 3 ATA, un organismo podía sobrevivir sin una sola gota de sangre, con todo el oxígeno transportado únicamente en el plasma (ver recuadro Ite Boerema y el "Life without Blood") . Esa época marcó el nacimiento real de la medicina hiperbárica moderna.
Y en ese mismo hospital, en 1961, ocurrió una historia extraordinaria.

Ite Boerema y el "Life without Blood" (1959)

Ilustración de los informes de vida de los miembros de KNAW En la década de 1950, el visionario cirujano Ite Boerema, profesor de cirugía torácica en el Wilhelmina Gasthuis, fue un pionero de la medicina hiperbárica. Su inquietud por cómo el oxígeno podía sostener la vida en condiciones extremas lo llevó a realizar uno de los experimentos más audaces de la historia médica. En 1959, Boerema y su equipo demostraron que un organismo podía sobrevivir sin sangre en una cámara hiperbárica a 3 atmósferas. El oxígeno, disuelto directamente en el plasma, era suficiente para los tejidos, volviendo "superflua" la hemoglobina. Este hito confirmó el potencial de la HBO como soporte vital alternativo. "A 3 ATA, la hemoglobina se vuelve superflua." Oxígeno sin Glóbulos Rojos Demostró que el oxígeno puede sostener la vida incluso sin la presencia de glóbulos rojos. Plasma como Transportador Bajo presión, el plasma se convierte en un portador directo y eficaz de oxígeno a los tejidos. HBO: Soporte Vital La oxigenación hiperbárica es más que una terapia; es un soporte vital alternativo. BOEREMA I, (1960). Life without blood. Ned Tijdschr Geneeskd. 1960 May 7;104:949-54. Dutch. PMID: 13802034. Este experimento sentó las bases fisiológicas para el caso de 1961. Sin el "Life without Blood", la "resurrección silenciosa" de aquel paciente anémico en la cámara hiperbárica de Ámsterdam no habría sido posible.

El día en que un cerebro volvió de la penumbra
El protagonista de esta historia es un hombre de 51 años, ingresado por una hemorragia digestiva severa que lo había dejado peligrosamente anémico. Su hemoglobina, incluso tras múltiples transfusiones, apenas alcanzaba el 50%. Aun así, debía operarse: su úlcera duodenal había empeorado y amenazaba la vida.
La crisis silenciosa
La cirugía avanzaba dentro de lo esperado hasta que, de forma insidiosa, ocurrió un detalle que casi nadie percibió: el balón del tubo endotraqueal, aparentemente normal al inicio, empezó a deformarse en silencio. Poco a poco fue obstruyendo el bronquio izquierdo, reduciendo la ventilación de media parte del pulmón. El paciente, ya muy pálido por la anemia, no mostró cianosis evidente. Nadie imaginaba lo que estaba ocurriendo.
Frecuencia cardíaca disparada
Hacia el final del procedimiento, su frecuencia cardíaca se disparó.
Paro cardíaco
Unos minutos más tarde, tras el último punto de sutura, el corazón se detuvo.
Reanimación urgente
El quirófano se transformó en un instante. Se abrió el tórax en el acto, se realizó masaje cardíaco directo y se administró adrenalina en el ventrículo derecho.
El enemigo invisible: el cerebro
A los tres minutos, el corazón volvió a latir. Era un triunfo… pero no definitivo.
Al recuperar la ventilación, los médicos observaron que el pulmón izquierdo estaba completamente colapsado: el balón deformado había bloqueado su entrada de aire. Se desinfló, se corrigió, y ambos pulmones volvieron a expandirse con normalidad.
Sin embargo, un nuevo enemigo se hacía visible: el cerebro. El paciente no despertaba. Había rigidez de cuello, convulsiones intermitentes, signos neurológicos claros de daño y, finalmente, el diagnóstico que todos temían: edema cerebral.

La situación era crítica. La hemoglobina seguía demasiado baja —incluso tras transfusiones adicionales— como para transportar suficiente oxígeno al cerebro. Y cuando la sangre no puede entregar oxígeno, la fisiología no perdona.
La decisión valiente
Los médicos tomaron una decisión que hoy sigue pareciendo valiente: llevarlo inmediatamente a la cámara hiperbárica del hospital.
Descendieron a 3 ATA durante una hora. El paciente respiró oxígeno puro a través de una máscara verde, con la esperanza de que el oxígeno disuelto en el plasma —sin depender de la hemoglobina— alcanzara las neuronas en peligro.
Lo que ocurrió después roza lo poético: pocos minutos después de la sesión, el paciente comenzó a hablar. No de manera fluida, pero con claridad suficiente para obedecer órdenes simples. Solo horas más tarde, volvió casi por completo en sí.
Y al día siguiente, aún desorientado, insistía en que la máquina con la que lo estaban tratando "no era la correcta", que "la otra, la de color diferente", era la que lo había hecho mejorar. Nadie le había contado que había estado en una cámara bajo tres atmósferas de presión. Lo único que recordaba era la máscara verde y la sensación abrupta de lucidez que sintió dentro de la cámara.
El caso acabó en una recuperación completa.
Lo que hoy sabemos: una lección que une 1662, 1961 y 2025
Mirado con los ojos actuales, este caso no es un milagro: es fisiología pura. Pero también es la confirmación de tres siglos de intuiciones unidas en una sola historia.
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1662: Henshaw
Había imaginado que la presión podía modificar la biología humana.
2
1950-60: Boerema
Demostró que el oxígeno, bajo presión, podía mantener vivo un órgano incluso cuando el transporte normal fallaba.
3
Actualidad: Sagol
Ha explicado los mecanismos precisos implicados a nivel molecular.
Los mecanismos revelados
Sagol, en nuestra época, ha explicado los mecanismos precisos implicados:
Hiperoxigenación plasmática extrema
Activación de rutas de señalización celular
Cambios epigenéticos funcionales
Modulación del edema
Protección neuronal
Restauración mitocondrial
Mejora de la microcirculación
Recuperación de la homeostasis en tejidos vulnerables
El caso de 1961 es, por tanto, la piedra intermedia del puente histórico: un momento en el que la intuición dejó de ser filosofía y se convirtió en práctica clínica efectiva, décadas antes de que pudiéramos explicar esos efectos a nivel molecular.
Hoy entendemos perfectamente por qué ese hombre despertó dentro de la cámara: su sangre no podía llevar suficiente oxígeno… pero el oxígeno disuelto en el plasma sí. Y ese oxígeno, entregado en el momento exacto, permitió que su cerebro recuperara funciones antes de que el daño fuese irreversible.
Del Domicilium a Ámsterdam, de Ámsterdam al Centro Sagol, y del Centro Sagol a nuestra comprensión actual del bienestar celular, existe un hilo continuo que une a quienes creyeron —antes de tener pruebas— que el oxígeno es algo más que un gas medicinal: es un modulador biológico profundo, capaz de rescatar, reconstruir y reorganizar tejidos cuando se le aplican las condiciones adecuadas.
El caso de Ámsterdam no es solo una anécdota clínica: es el recordatorio de que la ciencia avanza gracias a quienes se atreven a observar lo evidente antes de que exista consenso.
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